sábado, 3 de marzo de 2012

Banquete



No sabía lo que iba a hacer, pero todo cambiaría a partir de la decisión que había tomado, las paredes que había construido a su alrededor desaparecerían de una vez y para siempre.

Caminó vacilante por las mismas calles que antes temía y se dio cuenta de lo rara que es la vida, las mismas cosas se veían distintas según el estado de ánimo. Lo que en ese momento le parecía estimulante y lleno de luz era en el pasado un callejón sin salida habitado por seres desconocidos y amenazadores. Sus penas de la noche anterior (de su vida anterior) parecían tan irrisorias que le daban ganas de llorar por el tiempo perdido, por las oportunidades desperdiciadas, pero se consolaba diciéndose que aun era joven.

La caminata continuaba y se acercaba a su objetivo, su corazón latía tan fuerte que parecía querer escapar de su cuerpo como temiendo no poder soportar el stress de esta nueva experiencia.

De pronto las dudas se le aparecieron en forma de cuestionamientos: “¿y si me arrepiento? ¿Y si llego y el maldito miedo aparece?”. Una nube gris se le cruzó por la mente, su viejo compañero, el terror a lo nuevo se hizo presente e intento obligarlo a volver a su seguro hogar. Su pie derecho se levantó dubitativo, retrocedió unos centímetros y se asentó sobre la baldosa roja que adornaba la vereda. Con lentitud comenzó a girar su cintura en dirección a su casa, entonces sintió una alarma en su mente, escuchó una voz que era la suya, pero el no movía la boca, un susurro apenas audible: “¿Otra vez arrugás? ¿Qué vas a hacer en tu casa? ¿Acostarte y dormir? ¡Mirá donde estas!! ¡A unos pasos!!”.

Sus palabras le dieron valor, ya no iba a retroceder, nunca más.

Y llegó al kiosco, al principio no podía levantar la vista del suelo, ni hablar de mirar a la cara a la vendedora, entonces alguien le habló:

- ¿Si?

“Si”, una palabra que se le hizo tan hermosa que no pudo evitar sonreír. Era la primera vez en cuatro meses que alguien le dirigía la palabra. Levantó la vista y se encontró con los ojos marrones de la dueña del negocio, lo que le causo un leve estupor. Entonces, con timidez, pidió lo que había ido a buscar:

-Un lápiz, por favor.

Cuando la mujer se lo dio notó que el muchacho temblaba, pero a la vez sonreía.

José tomo el lápiz, lo guardo en su bolsillo y se fue feliz a su casa, no importaban el sudor que lo empapaba de pies a cabeza, ni la incontrolable agitación que lo invadía, ni siquiera las lagrimas que rebalsaban sus ojos y avanzaban sobre sus mejillas, había salido solo por primera vez en cinco años, era el primer paso para derrotar a su fobia, el mundo no era un monstruo que se devoraba a la gente, ahora empezaba a pensar que era la gente la que se comía al mundo, y el quería, con todo su corazón (que palpitaba con fuerza) disfrutar del banquete.

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