La marioneta
estaba cansada de ser una marioneta, de los hilos que tiraban hacia un lado u
otro, de moverse solo para complacer a quien fuera que la manipulara, de no
sentirse libre. Todas las mañanas miraba desde su cajón-hogar el vuelo de los pájaros
mientas la angustia, siempre puntual, aparecía
para acompañarla. Es raro encontrar sentimientos en una marioneta como aquella, hecha de madera trabajada, prolijamente pintada, pero en el
fondo tan solo un tronco inerte, y sin embargo esta rebozaba de emociones.
Se había encariñado con un gorrión que todas
las mañanas se posaba en una rama del árbol junto a su ventana, incluso le había
puesto un nombre: Amanecer, porque era el único momento del día en que aparecía
¿Dónde iba después? No lo sabía. Solo lo veía irse cerca del mediodía y volver
al otro día más o menos a la misma hora. Cuando Amanecer se posaba cada mañana
de cada día en esa misma rama la marioneta
se quedaba embelesada mirándolo y le hablaba, le contaba cosas de su
vida: sus sueños y sus deseos, creía que el ave le contestaba, imaginaba (o quizás
realmente escuchaba) el relato de su día, lo que le había pasado o lo que tenía
que hacer. Amanecer se quedaba horas y horas
en esa rama casi seca sin inmutarse, como si realmente se comunicara con
la marioneta... ¿Y quién puede decir que no lo hacía?
Así pasaba la vida para la oprimida
marioneta, encerrada en su cajón-hogar,
esperando que su padre, amo y creador, el cruel Gepetto, se dignara a aparecer
y dictarle sus movimientos. Pero había alguien peor que Gepetto, alguien mucho más
bajo que el viejo carpintero: el obsecuente Pepe Grillo, siempre vigilándolo,
atento a lo que hiciese, listo para
contarle todo al carpintero, con su estúpida excusa de ser “la conciencia”; la marioneta no se
engañaba, era manipulable pero no ingenua y sabía que no era la conciencia,
sino el espía de su creador.
Llegado a este punto debería aclararse que la
marioneta no se llamaba así, tenía un nombre: Pinocho ¡¡Y como lo odiaba!! Se
lo había puesto Gepetto y para ella este apelativo era lo que había sido
Cassius Clay para Muhamad Ali, su nombre de esclavo, la etiqueta que decía:
“pertenezco a Gepetto”, por eso, internamente, era tan solo “la marioneta”.
Así se sentía y así era su vida, pero solo
hasta un determinado momento, porque estas circunstancias no fueron para
siempre ¿Para qué contar esta historia sino? ¿Solo para describir una situación
de sufrimiento? Podría ser una
posibilidad, pero no en esta historia, no en el caso de Pinocho, porque en uno de esos días iguales a los demás apareció alguien: una
mujer rubia y brillante, de profundos ojos celestes y sonrisa amable, prácticamente
de la nada, sin explosiones ni destellos de polvo mágico; simplemente estaba ahí.
Entonces, tras unos segundos en que marioneta y dama se miraron sin hablar, la
mujer le dijo:
-
Hola Pinocho.
La marioneta se sobresaltó, era la primera
vez que alguien que no era Gepetto, Pepe Grillo o Amanecer le hablaba.
-
Hola...
La mujer extrajo de un bolso que colgaba de su hombro una pequeña
vara negra y sonrió.
-
Algo me trajo a este
lugar....creo que fue tu voz.
Pinocho estaba inmóvil y callado.
-
¿Cuál es tu deseo más grande?
Le preguntó la dama
-
N-no entiendo..... Exclamó la marioneta.
-
¿Con que sueñas? Agregó la misteriosa mujer.
Miles de imágenes se le aparecieron a la
marioneta en su mente, una atrás de otra, imparables, aturdiéndolo y dejándolo
sin respuesta inmediata a la pregunta.
-
Puedo ver lo que piensas. Le
dijo luego.
-
Es muy confuso, perdón. Se
disculpó Pinocho.
-
Puede ser, pero para mí es muy claro,
todas las imágenes en tu interior tienen algo en común.
-
¿Qué?
-
La libertad Pinocho, no quieres
ser una marioneta de nadie.
-
No quiero, es verdad, pero es
lo que soy, entonces déjame pensar en algún deseo posible. Respondió la
marioneta.
-
¿No sabes quién soy? Soy un hada madrina, no hay
misterios ni imposibles para mi. No te limites por lo racional, lo que se te
ocurra en la mente lo vas a tener, tan simple como eso.
-
¿Por qué? Preguntó la marioneta.
-
Porque es lo que hago, para lo
que nací. Exclamó el hada.
-
¿Estas obligada a hacerlo? Eres
una marioneta como yo, después de todo.
El hada se quedó callada, absorta, era la
primera vez que alguien le decía algo así, pero lo peor es que Pinocho tenía razón,
era increíble, le había concedido deseos a reyes, príncipes y princesas, y
una simple marioneta le había cambiado
su mundo con una sola frase llena de significado. Se sentó en una silla de
madera construida por Gepetto y no se movió por varios minutos, la marioneta la
miraba sin expresión, preguntándose si no había desperdiciado la situación por
culpa de su incontenible capacidad para decir siempre lo que pensaba. Entonces el hada le habló:
-
Hoy me has hecho un regalo, es la
primera vez que me pasa, gracias.
-
¿O sea que no me vas a conceder
un deseo? Preguntó la marioneta desilusionada.
La carcajada del hada fue estruendosa, casi
indigna de un ser impasible y etéreo, un
trueno que hizo temblar toda la casa e hizo pensar a la marioneta que incluso
desde el espacio debía escucharse.
-
¡Por supuesto! Pero no porque
sea mi obligación, es porque quiero. Va a ser mi regalo para ti, tómalo como un
agradecimiento.
-
Bueno, gracias. Porque ya lo
pensé y sé que quiero. Exclamó la marioneta.
-
Yo también lo sé, como te dije antes, se todo lo que piensas. Respondió el hada.
-
¿Sí? A ver... ¿Qué quiero?
Preguntó la marioneta.
-
Quieres ser como todos, tener
un corazón, ser humano, algo lógico, algo que te puedo dar ahora mismo.
-
Mmm, cerca, pero no es lo que
quiero. ¿Convertirme en humano? No,
gracias, ese es el deseo de Gepetto y Pepe Grillo, que nunca se conformaron con
un muñeco de madera. En cuanto a un corazón. Siento tristeza cuando me la paso
en mi cajón-hogar y alegría cuando hablo con Amanecer, tengo sentimientos, no
lo necesito, así que no lo quiero. Hay algo que
anhelo casi desde que tengo conciencia.
-
¿Qué cosa? Preguntó el hada.
-
Tú misma me lo dijiste antes:
libertad, tan solo eso.
El hada sonrió.
-
A veces puedo ser tan tonta.
-
¿Entonces? Preguntó la
marioneta.
-
La tienes, a partir de mañana.
Por última vez voy a cumplir mi tarea, es tiempo de que revise que quiero hacer a partir de ahora, considérate
privilegiado por ser mi último trabajo Pinocho.
-
Marioneta, no soy Pinocho. Corrigió
el muñeco.
-
Cierto, perdón. Bueno, me llevo
a Pepe Grillo, veo que no te sirvió como a otra gente. Quizás tanto tiempo
entre mortales le hizo mal, se dejó influenciar por Gepetto.
-
Gracias, me harías un gran
favor.
-
Adiós. Disfruta tu regalo.
-
¿Y Gepetto? No me va a dejar
libre. No lo va a permitir.
-
Yo me encargo. Dijo el hada, y
la marioneta le creyó.
El hada se
elevó como si fuera llevada por una brisa y casi al
llegar al techo de la casa se desvaneció
tal como vino, en silencio, dejando un
dulce aroma a flores en el ambiente.
dulce aroma a flores en el ambiente.
Epílogo I
La mañana
siguiente la marioneta se despertó completamente en paz, sabía que todo era
diferente, por empezar estaba en una cama, no en su cajón, además Amanecer no
estaba en su rama habitual, pero eso no fue lo que más le sorprendió, porque
algo más atrajo su atención: al lado de su cama había una valija. La abrió
(viendo que sus brazos seguían siendo de madera, por lo menos en eso el hada
había cumplido) y se encontró con ropa de todo tipo que nunca antes había
visto, de hecho Gepetto siempre lo había vestido con la misma aburrida
jardinera roja y esa triste camisa
amarilla que tanto odiaba. Inmediatamente se puso una remera blanca de algodón y una malla celeste con
bordes rojos que sacó de la valija, cuando ya estaba vestido sonó el timbre de
su casa.
Mientras se dirigía a la puerta se preguntó dónde
estaría Gepetto, era raro que no estuviera porque no solía salir por la
mañana.
Entonces abrió.
El zorro que lo esperaba del otro lado de la
puerta lo sorprendió, pero mayor fue la
sorpresa cuando le dijo:
-
¿Listo?
-
¿Qué? Preguntó confundida la marioneta dudando ya
de su cordura.
-
Te preguntaba si ya estás
listo, el tiempo apremia y el tren pasa en dos horas, si lo perdemos vamos a
tener que esperar hasta mañana y no quiero, tengo otras cosas que hacer.
-
¿El tren a dónde? ¿Quién eres?
-
¡Uy! Discúlpame, soy Zorro, no
“el zorro”, zorro a secas, sin artículo. Podrías considerarme un empleado del hada, cuando me necesita me llama, en
cuanto a donde “vamos”...bueno, Roma me parece un buen lugar
para empezar a conocer ¿no? Explicó
Zorro.
-
¿Eres una especie de Pepe
Grillo más liberal?
-
No me parezco en nada a ese
arrogante insecto...Respondió ofuscado Zorro. Luego miró el reloj de la pared y
al ver la hora le volvió a preguntar a la marioneta:
-
¿Listo?
-
Si, no tengo nada, solo la
valija que me dio el hada, supongo.
-
Bueno, vamos.
Tras agarrar la valija Zorro y la marioneta
salieron corriendo, en la mente del
muñeco solo había una idea, brillando como una estrella en una noche oscura:
“libertad”.
Epílogo II
Gepetto despertó y descubrió que algo le
desagradaba, tal vez la oscuridad tan
intensa que lo rodeaba, pero no, era
algo mas ¿El fuerte olor a madera recién trabajada? No, muchas veces sentía ese
olor como carpintero y le gustaba ¿Quizás la sensación de encierro? Tampoco,
era algo más interno, propio de él, algo en su alma, en su percepción, que inconscientemente lo llenaba de miedo.
Finalmente descubrió que era: se sentía
pesado, pesado y tieso. Intentó moverse pero no pudo, estaba débil, Gepetto
temió que se hubiera enfermado, pero en realidad se sentía bien, simplemente no
podía moverse. Miró a su alrededor y no vio nada, todo estaba oscuro, entonces
golpeó su cabeza con la pared detrás suyo y escuchó un sonido de madera hueca,
pensó que era de su cuarto, hasta que comprendió que no estaba allí, se
encontraba en un ambiente mucho más chico. Cuando observó sus estáticas manos
apenas pudo aguantar el grito: eran de madera, entonces lo comprendió, estaba
en el baúl donde guardaba siempre a Pinocho. Y entendió otra cosa: era un
muñeco, una ola negra de terror comenzó a subir por su cabeza mientras
escuchaba unos pasos que se acercaban, el baúl se abrió y Gepetto sintió que un
hombre lo levantaba.
-
Vamos Gepetto, hijo mío.
Empieza la función.
Gepetto quiso gritar y no pudo, intentó moverse
y tampoco lo consiguió, finalmente quiso
llorar, pero no supo cómo hacerlo. Suavemente el titiritero comenzó a manipularlo.