miércoles, 14 de enero de 2015

El hada y la marioneta (reinterpretaciòn)


      La marioneta estaba cansada de ser una marioneta, de los hilos que tiraban hacia un lado u otro, de moverse solo para complacer a quien fuera que la manipulara, de no sentirse libre. Todas las mañanas miraba desde su cajón-hogar el vuelo de los pájaros mientas la angustia, siempre puntual, aparecía  para acompañarla. Es raro encontrar sentimientos en una marioneta  como aquella, hecha de madera  trabajada, prolijamente pintada, pero en el fondo tan solo un tronco inerte, y sin embargo  esta rebozaba  de emociones.
       Se había encariñado con un gorrión que todas las mañanas se posaba en una rama del árbol junto a su ventana, incluso le había puesto un nombre: Amanecer, porque era el único momento del día en que aparecía ¿Dónde iba después? No lo sabía. Solo lo veía irse cerca del mediodía y volver al otro día más o menos a la misma hora. Cuando Amanecer se posaba cada mañana de cada día en esa misma rama la marioneta  se quedaba embelesada mirándolo y le hablaba, le contaba cosas de su vida: sus sueños y sus deseos, creía que el ave le contestaba, imaginaba (o quizás realmente escuchaba) el relato de su día, lo que le había pasado o lo que tenía que hacer. Amanecer se quedaba horas y horas  en esa rama casi seca sin inmutarse, como si realmente se comunicara con la marioneta... ¿Y quién puede decir que no lo hacía?
   Así pasaba la vida para la oprimida marioneta, encerrada en su  cajón-hogar, esperando que su padre, amo y creador, el cruel Gepetto, se dignara a aparecer y dictarle sus movimientos. Pero había alguien peor que Gepetto, alguien mucho más bajo que el viejo carpintero: el obsecuente Pepe Grillo, siempre vigilándolo, atento a lo que hiciese, listo para  contarle todo al carpintero, con su estúpida excusa  de ser “la conciencia”; la marioneta no se engañaba, era manipulable pero no ingenua y sabía que no era la conciencia, sino el espía de su creador.
     Llegado a este punto debería aclararse que la marioneta no se llamaba así, tenía un nombre: Pinocho ¡¡Y como lo odiaba!! Se lo había puesto Gepetto y para ella este apelativo era lo que había sido Cassius Clay para Muhamad Ali, su nombre de esclavo, la etiqueta que decía: “pertenezco a Gepetto”, por eso, internamente, era tan solo “la marioneta”.
   Así se sentía y así era su vida, pero solo hasta un determinado momento, porque estas circunstancias no fueron para siempre ¿Para qué contar esta historia sino? ¿Solo para describir una situación de  sufrimiento? Podría ser una posibilidad, pero no en esta historia, no en  el caso de Pinocho, porque  en uno de esos días  iguales a los demás apareció alguien: una mujer rubia y brillante, de profundos ojos celestes y sonrisa amable, prácticamente de la nada, sin explosiones ni destellos de polvo mágico; simplemente estaba ahí. Entonces, tras unos segundos en que marioneta y dama se miraron sin hablar, la mujer le dijo:
-        Hola Pinocho.
    La marioneta se sobresaltó, era la primera vez que alguien que no era Gepetto, Pepe Grillo o Amanecer le hablaba.
-        Hola...
     La mujer extrajo de un  bolso que colgaba de su hombro una pequeña vara negra y sonrió.
-        Algo me trajo a este lugar....creo que fue tu voz.
    Pinocho estaba inmóvil y callado.
-        ¿Cuál es tu deseo más grande? Le preguntó la dama
-        N-no entiendo.....  Exclamó la marioneta.
-        ¿Con que sueñas?  Agregó la misteriosa mujer.
Miles de imágenes se le aparecieron a la marioneta en su mente, una atrás de otra, imparables, aturdiéndolo y dejándolo sin respuesta inmediata a la pregunta.
-        Puedo ver lo que piensas. Le dijo luego.
-        Es muy confuso, perdón. Se disculpó Pinocho.
-        Puede ser, pero para mí es muy claro, todas las imágenes en tu interior tienen algo en común.
-        ¿Qué?
-        La libertad Pinocho, no quieres ser una marioneta de nadie.
-        No quiero, es verdad, pero es lo que soy, entonces déjame pensar en algún deseo posible. Respondió la marioneta.
-        ¿No sabes  quién soy? Soy un hada madrina, no hay misterios ni imposibles para mi. No te limites por lo racional, lo que se te ocurra en la mente lo vas a tener, tan simple como eso.
-        ¿Por qué?  Preguntó la marioneta.
-        Porque es lo que hago, para lo que nací. Exclamó el hada.
-        ¿Estas obligada a hacerlo? Eres una marioneta como yo, después de todo.
     El hada se quedó callada, absorta, era la primera vez que alguien le decía algo así, pero lo peor es que Pinocho tenía razón, era increíble, le había concedido deseos a reyes, príncipes y princesas, y una  simple marioneta le había cambiado su mundo con una sola frase llena de significado. Se sentó en una silla de madera construida por Gepetto y no se movió por varios minutos, la marioneta la miraba sin expresión, preguntándose si no había desperdiciado la situación por culpa de su incontenible capacidad para decir siempre  lo que pensaba. Entonces el hada le habló:
-        Hoy me has hecho un regalo, es la primera vez que me pasa, gracias.
-        ¿O sea que no me vas a conceder un deseo? Preguntó la marioneta desilusionada.
     La carcajada del hada fue estruendosa, casi indigna de un ser impasible y etéreo,  un trueno que hizo temblar toda la casa e hizo pensar a la marioneta que incluso desde el espacio debía escucharse.
-        ¡Por supuesto! Pero no porque sea mi obligación, es porque quiero. Va a ser mi regalo para ti, tómalo como un agradecimiento.
-        Bueno, gracias. Porque ya lo pensé y sé que quiero. Exclamó la marioneta.
-        Yo también lo sé, como  te dije antes, se  todo lo que piensas.  Respondió el hada.
-        ¿Sí? A ver... ¿Qué quiero? Preguntó la marioneta.
-        Quieres ser como todos, tener un corazón, ser humano, algo lógico, algo que te puedo dar ahora mismo.
-        Mmm, cerca, pero no es lo que quiero. ¿Convertirme en humano?  No, gracias, ese es el deseo de Gepetto y Pepe Grillo, que nunca se conformaron con un muñeco de madera. En cuanto a un corazón. Siento tristeza cuando me la paso en mi cajón-hogar y alegría cuando hablo con Amanecer, tengo sentimientos, no lo necesito, así que no lo quiero. Hay algo que  anhelo casi desde que tengo conciencia.
-        ¿Qué cosa?  Preguntó el hada.
-        Tú misma me lo dijiste antes: libertad, tan solo eso.
      El hada sonrió.
-        A veces puedo ser tan tonta.
-        ¿Entonces? Preguntó la marioneta.
-        La tienes, a partir de mañana. Por última vez voy a cumplir mi tarea, es tiempo de que revise  que quiero hacer a partir de ahora, considérate privilegiado por ser mi último trabajo Pinocho.
-        Marioneta, no soy Pinocho. Corrigió el muñeco.
-        Cierto, perdón. Bueno, me llevo a Pepe Grillo, veo que no te sirvió como a otra gente. Quizás tanto tiempo entre mortales le hizo mal, se dejó influenciar por Gepetto.
-        Gracias, me harías un gran favor.
-        Adiós. Disfruta tu regalo.
-        ¿Y Gepetto? No me va a dejar libre. No lo va a permitir.
-        Yo me encargo. Dijo el hada, y la marioneta le creyó.
   El hada se  elevó  como  si fuera llevada por una brisa y casi al llegar  al techo de la casa se desvaneció tal como vino, en silencio, dejando un 
dulce aroma a flores en el ambiente.

   Epílogo I

     La mañana siguiente la marioneta se despertó completamente en paz, sabía que todo era diferente, por empezar estaba en una cama, no en su cajón, además Amanecer no estaba en su rama habitual, pero eso no fue lo que más le sorprendió, porque algo más atrajo su atención: al lado de su cama había una valija. La abrió (viendo que sus brazos seguían siendo de madera, por lo menos en eso el hada había cumplido) y se encontró con ropa de todo tipo que nunca antes había visto, de hecho Gepetto siempre lo había vestido con la misma aburrida jardinera roja y  esa triste camisa amarilla que tanto odiaba. Inmediatamente se puso una remera  blanca de algodón y una malla celeste con bordes rojos que sacó de la valija, cuando ya estaba vestido sonó el timbre de su casa.
      Mientras se dirigía a la puerta se preguntó dónde estaría Gepetto, era raro que no estuviera porque no solía salir por la mañana. 
      Entonces abrió.
    El zorro que lo esperaba del otro lado de la puerta  lo sorprendió, pero mayor fue la sorpresa cuando le dijo:
-        ¿Listo?
-        ¿Qué?  Preguntó confundida la marioneta dudando ya de su cordura.
-        Te preguntaba si ya estás listo, el tiempo apremia y el tren pasa en dos horas, si lo perdemos vamos a tener que esperar hasta mañana y no quiero, tengo otras cosas que hacer.
-        ¿El tren a dónde? ¿Quién eres?
-        ¡Uy! Discúlpame, soy Zorro, no “el zorro”, zorro a secas, sin artículo. Podrías considerarme un empleado  del hada, cuando me necesita me llama, en cuanto  a donde  “vamos”...bueno, Roma me parece un buen lugar para empezar a conocer ¿no?  Explicó Zorro.
-        ¿Eres una especie de Pepe Grillo más liberal?
-        No me parezco en nada a ese arrogante insecto...Respondió ofuscado Zorro. Luego miró el reloj de la pared y al ver la hora le volvió a preguntar a la marioneta:
-        ¿Listo?
-        Si, no tengo nada, solo la valija que me dio el hada, supongo.
-        Bueno, vamos.
     Tras agarrar la valija Zorro y la marioneta salieron corriendo, en la mente  del muñeco solo había una idea, brillando como una estrella en una noche oscura: “libertad”.

Epílogo  II

     Gepetto despertó y descubrió que algo le desagradaba, tal vez la oscuridad  tan intensa que  lo rodeaba, pero no, era algo mas ¿El fuerte olor a madera recién trabajada? No, muchas veces sentía ese olor como carpintero y le gustaba ¿Quizás la sensación de encierro? Tampoco, era algo más interno, propio de él, algo en su alma, en su percepción, que  inconscientemente lo llenaba de miedo.
     Finalmente descubrió que era: se sentía pesado, pesado y tieso. Intentó moverse pero no pudo, estaba débil, Gepetto temió que se hubiera enfermado, pero en realidad se sentía bien, simplemente no podía moverse. Miró a su alrededor y no vio nada, todo estaba oscuro, entonces golpeó su cabeza con la pared detrás suyo y escuchó un sonido de madera hueca, pensó que era de su cuarto, hasta que comprendió que no estaba allí, se encontraba en un ambiente mucho más chico. Cuando observó sus estáticas manos apenas pudo aguantar el grito: eran de madera, entonces lo comprendió, estaba en el baúl donde guardaba siempre a Pinocho. Y entendió otra cosa: era un muñeco, una ola negra de terror comenzó a subir por su cabeza mientras escuchaba unos pasos que se acercaban, el baúl se abrió y Gepetto sintió que un hombre  lo levantaba.
-        Vamos Gepetto, hijo mío. Empieza la función.

     Gepetto quiso gritar y no pudo, intentó moverse y  tampoco lo consiguió, finalmente quiso llorar, pero no supo cómo hacerlo. Suavemente  el titiritero comenzó a manipularlo.

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